Llevo días escribiendo
dentro de mi cabeza.
Confecciono el libro de
mi vida, juego a que mi blog es famoso, pero sobre todo me pincha la mina del lápiz
que distribuye las palabras de tu próxima carta.
Me clava que no me sale
de corrido, me salen grandes frases, pequeños remates pero no una cosa
iluminada, bien aseada y contundente.
A su vez ocurre que las
que se empiezan a dibujar, se desmontan.
Mi lápiz mental es como
una mota que en vez de rueda delantera lleva un distribuidor de tinta, y de
trasera una gran goma dictadora a la que no se le escapa nada.
Tendría que ir con la
grabadora a cada paso que doy, pero no me veo corriendo y apuntalando la idea
de esa forma, de la misma manera que no creo que sobreviva al agua de la
piscina, conduciendo es una locura no pensar en otra cosa que no sea eso, pero el cerebro no entiende de señales de tráfico
para ideas y las sigue lanzando a la carretera, el tema es que el cerebro no
retiene, esta prohibido parar y estacionar en toda lo longitud del recorrido, así
que, como entraron a la autopista de mis pensamientos, salen, no preguntes por
donde, ni yo lo sé.
Estaré haciendo muchos
test o me parece?
No hay excusa, nunca las
hubo, no son más que un refugio de 2 metros para una jirafa.
He de lanzarte más letras
de las que te llegan, o al menos
hacerlas constar en algún soporte que sirva de testigo, ya que las dichas o se
ensucian o no brillan o vienen acompañadas de gestos que no vienen a cuento.
No queda lindo que te
diga” te amo” mientras unto una tostada y no separo los ojos de la manteca, ni
que linda camisa llevas si te la pusiste ayer y no me percaté, tampoco veo poético
hablar de tu inteligencia y tu dulce carácter mientras me saco un pelo de la
nariz.
En el papel, por ejemplo,
no sabes si tengo un moco hecho bolita en la mano izquierda, lo que cuenta es
que la flor que te hice no la corté, no la dejé sin vida para ofrendártela.
Hoy dejo esto, acá,
aunque sea medio público, porque así lo creo, aunque no te guste del todo, pero necesitaba que este borrador cobrará algo
de vida, con la promesa eterna de más.
Porque sé que se puede.
Porque odio no hacerlo,
tanto como tener una guitarra y no tocarla, pero todo a su tiempo. Excepto
nosotros que inventamos el nuestro.