miércoles, 23 de abril de 2025

Sinfonía Nº 7



 

 

Ya hace un mes o más, no lo sé, no lo quiero saber y no quiero guardar el número en mi mente. De la misma manera que las mascotas no tienen cumpleaños, tampoco tienen que tener fechas fúnebres. De la nada, como quien no quiere la cosa. No sé cómo contar la cosa, porque es mi percepción, no es la de él ni la de ella, ni la de nadie, solamente mía. Se podría decir que uno no se dio cuenta de la evolución del suceso. Se podría decir que había pistas, pero ninguna concluyente, se podrían decir tantas cosas, pero la verdad es que ya no está. Ya no está y ha dejado un vacío bastante grande de llenar. Toda la familia en silencio, va haciendo, como que no pasa ni pasó nada, pero lo cierto es que se fue uno de los nuestros, y eso si lo sabemos. La otra noche, Gael se puso a decir que extrañaba al Beto, de la nada se entristeció, se puso hacer pucheros y se puso a llorar, y ya no hubo forma desde la ducha, pasando por la cena, hasta acostarse, de remar ese sentimiento. Un río a contracorriente. Y lo peor, es que nosotros, al menos yo, estaba igual, pero uno tiene que demostrar esa absurda entereza.

Una vez me dijo una persona que si escribía algo, era para sacarlo de la cabeza, y quizás eso estoy haciendo. Porque si bien me di cuenta el día que hice el duelo, no paro de tenerlo presente, y es normal, pero es jodidamente doloroso. El duelo fue de noche, donde filmo esa otra película que nunca se proyectará, ni siquiera para mi, y lloré, de nuevo y por suerte, lloré mientras dormía, porque estaba ahogando a un bebe con mis manos, algo completamente desagradable, y que si se revisaran nuestros sueños, aceptaría la condena correspondiente. Tenía un peso bastante grande, y luego de esa noche fue menor.

Este texto lo vengo escribiendo y borrando en mi cabeza a cada paso que doy, cuando me voy para el trabajo y me conecto la música, de hecho fue así que me puse la séptima sinfonía de Beethoven, para escucharla, y confieso que, conocerla. Hasta ese día no la había escuchado, y creo que para el momento le sentaba de maravilla, es la música total, la música clásica, y luego viene todo lo demás, y antes, hubo otra cosa, pero esa música es LA música. Lo he escrito al otro día del suceso, pero quedó en el borrador de mi cerebro, hoy ni siquiera creo que tenga aquella forma, ni aquel sentimiento.

He colocado las palabras como si de un rompecabezas se tratara muchas veces, y todas esas veces, las más productivas, fueron cuando algo, que hasta hace poco pasaba, ya no pasa. Y puede ser el día que entré al baño y no me tuve que asegurar de que viniera por detrás para, romper toda la privacidad de un ocicazo y subir a la pica a beber agua. Cuando todavía hacía frío y en algún rincón de mi lado de la cama no estaba ese calorcito reciente, con forma de rosca invisible y peluda. No estaba a mis pies, no estaba en el medio, no estaba a la noche y tampoco en la siesta. Y el cerebro humano otra vez intentando razonar lo que aún no tiene explicación, la muerte. La vida.

Explota la primavera y nuestras flores después de 10 años están completas, si, no les falta ningún pétalo. No hay tanto pelo amarillo por todos lados, ni en los rodillos quita pelos, ni en los edredones, ahora vuelve a ser todo como antes, pelo más largo y negro (ya tirando a gris, Lady ya tiene sus años). Y hablando de ella, iba por los pasillos buscándolo a los gritos, porque al final, el tipo era un pesado, pero la tenía atlética, corriendo por los pasillos. Cuando sus patitas no le daban y él la saltaba, sobrándola. En la curva del pasillo aún está marcado el trazo de la curva, creo que nos quedarán los recuerdos (desvaneciendo), las fotos (si se pueden seguir llamando así) y esas huellas grises en el blanco gotelé.

Había ido perdiendo su lugar, yo nunca permití que él fuera el macho alfa, aunque a veces le dejaba ganar alguna batallita, pero con la llegada de Gael, iba perdiendo la guerra por goleada, y parece que dejó de aspirar al trono justo este diciembre, cuando me fui a Argentina una semana, luego de esos días, ya nada fue igual. Hoy con el periódico de ayer, uno puede hacer mea culpa, y hasta sentirse sucio de como lo trataba en algunos momentos, por supuesto que si uno supiera de antemano lo que iba a pasar, la historia iba a ser distinta, otra dolorosa lección aprendida a destiempo.

No voy a entrar en el precipicio en que se convirtieron sus últimos días, para no tener que revivir esas imágenes cuando dentro de un tiempo me cruce con este texto. Nunca se sacan fotos en los velorios, ni al muerto ni a los seres queridos del mismo. De la misma manera que siempre se ponen las mejores fotos en los marcos. Fue muy triste, precipitado y veloz. La noche que no volvió fue la que se quedó para siempre en mi.

Hoy seguimos con la vida, dejamos un vaso sobre la mesa y ya sabemos que va a estar la misma cantidad de agua en la mañana siguiente, empieza a apretar el sol, y cuando los refrescos comiencen a danzar de la nevera a nuestras manos, seguramente recordaremos, con el sonido de la apertura de la lata como disparador, esa locura por las bebidas frías. Ese acercamiento que lo llevaba al éxtasis, a erizarle todos los pelos y la cola, a dar la vuelta y volver por más. Y las toallas y pareos formarán las esas frescas cuevas de olor a limpio donde le gustaba estar.

Ya te digo, dan ganas de decir a cada momento, el espacio que ocupaba, por qué y cómo lo extrañamos, y quizás no lo hacemos para acabar con el duelo, de una vez por todas, y por no herir susceptibilidades en algún momento de paz del otro, pero yo sé y todos sabemos, dónde estaría, en qué momento exacto y lo que le echamos de menos, si no de qué yo estaría hoy recordando de qué iba esto de escribir. Y lo bien que hace cuando estás mal.

 

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