Creo que esto podría
empezar el miércoles, para poner una fecha, para hacerlo cercano. Pero en
realidad, viene de mucho más atrás, es un virus inoculado. ¿Por qué? ¿Por
quien? Imagino que por los criadores de mi ser, aquellos que se tomaron algún
tiempo en hacerme entender algunas cosas, algunos costos, algunos costes. Mucho
de aquello me ayudó para hoy estar donde estoy, como estoy, para que cuando
rompiera aquel cascarón, ya quebrado hace un tiempo, tenga las defensas
necesarias para que mis plumas vieran la luz.
Tuve que cambiar un
plan. La idea era ir a recoger a mi novia a la salida de su trabajo. Pero algo
se interpuso. Alguien. Matías. Aquel pibe que lleva años luchando por estar
donde le pertenece, con un proyecto suicida, sin miedo a la boca del lobo, una
vez que uno toca fondo (y él lo hizo), no se puede ir más abajo, por eso, sabe
por lo que pelea, y de la forma en que se encarama en la batalla.
Esa misma noche, la
del miércoles, la vida le daba una revancha, un club con el que llevaba
entrenando un par de días tenía un amistoso con el Sant Andreu (y le pongo
articulo delante porque es un club de aca, que se fuera de alla, me pego en los
dedos antes de hacerlo).
Sant Andreu es
nuestro barrio adoptivo. Sant Andreu el barrio donde nació mi novia. Sant
Andreu es el club que fichó a Matías, dejando atrás su etapa en el club de
nuestros amores, Rosario Central, cuando aun no tenía 22.
Ese día a las
20.30hs. la vida le ofrecía una oportunidad. Demostrar lo que vale, contra el
club que debería ficharlo. Y yo tenía
que estar ahí.
La primera parte del
partido fue toda para el local, dos a cero decía el marcador cuando nos íbamos
al entretiempo, pero él aun no había entrado.
Segunda parte, la
chance, y la aprovechación de la
misma. Por las gradas dos caras conocidas, los compañeros de piso de él, ambos
argentinos, ambos peluqueros, ambos pasaron la barrera de los 40, o casi. Foto
para el recuerdo de la banda.
Termina el partido
con los números de la misma forma, eso es bueno para mi amigo, que cerró un más
que aceptable partido. Me voy pitando, llego tarde a casa.
Aparco la moto, dejo
el casco, voy hasta la puerta de casa, entro y Clara no está, pero mi teléfono
movil tampoco. ¿Donde lo habré dejado? ¿Se me habrá caído?¿Que hago ahora?
Salgo a buscarlo.
Me paso todos los
rojos de Torras i Bages, todos con la precaución de que no pase nadie y de no
ver esas dichosas luces azules, de los hombres azules.
Llego al mismo sitio
donde antes estaba la moto, el celular no está en suelo, quizás me lo hayan
robado. Las luces del club ya no hacen su función.
En la puerta del
club le explico a un empleado que me dejé algo en las gradas, no vas ver nada,
pero si queres pasar, pasá, me dice, pero en su acento y con sus palabras, no
estas.
Voy hacia donde
estaba sentado, lo recuerdo bien, eran butacas amarillas, sin manchas, cerca de
las visitantes, lejos de la masa. Voy tanteando
el piso con cuidado, estoy cerca, es esta fila o la otra, no se ve un carajo.
Alzo la vista, casi
decepcionado, haciéndome el coco de lo tarde que llegaba al encuentro con la nena, de que no podía avisarle, seguí
pensando en fracciones de segundos: ¿Donde está la comisaría más cercana? ¿Como
llamo a Vodafone? ¿Perderé mis contactos de la “SIM”? Y mil ráfagas más, pero
mi sorpresa fue mayúscula cuando el artilugio destacaba por su negrura en el
bello color primario.
Evitaré contarles la
alegría de la vuelta a casa y lo difícil que fue trasladarle mi heroica
historia a la muchacha que ya llevaba en casa un buen rato, con fatiga post
laboral y hambre.
Jueves, día que me
veo con Matías casi como si de una ceremonia religiosa se tratara. Este ritual
no sabemos muy bien el día que empezó, pero si que es inquebrantable en un 99%
de las veces, a menos que sea razón de fuerza mayor.
Estábamos cenando en
la rambla de Fabra i Puig (puch para los que no hablen catalán), muy enzarzados
en una discusión, cuando de repente, muy cerquita nuestro, escuchamos a un
hombre mendigar, el “speech” fue duro y largo, el momento inoportuno para los
que tenemos la, llamémosle suerte, de estar sentados, dejemos de lado que esas
personas no saben que además de pudientes, en las mesas, también hay gente que
se está cayendo de la clase media, y se permite el lujo de salir una vez a la
semana a dejarse 10 o 15 euros, lógico que si realmente es verdad la situación
de este hombre, nosotros, en comparativa, somos ricos. Para evitar otro sermón,
y que la charla se nos pierda, saco rápido la billetera y cojo monedas
intuyendo lo que iba a dar. Un mal cálculo de medidas hizo que se me escapara
mi desayuno de mañana, dos euros con cincuenta. Maldigo toda la situación
actual del país, a los putos gobernantes y mi pobre sueldo, que hace que no me
relaje nunca.
Viernes, voy a
buscar a mi princesita, previo paseo por las tiendas, un vaquero gris me tiene
obsesionado.
La etiqueta original
de mi elegido ha sido modifica en varias ocasiones, la última dice que su
precio es 12.99€, y a mi, me cierra.
Pago en caja pero
9.99€. Todo tiene que dar cero. Me acuerdo siempre de esta frase. Me río de mí,
de mi berrinche del día anterior por la “colaboración” errónea, y de la vida,
por qué no.
Sábado, Clara está
terminando un libro de Noah Gordon, yo le cuento que cuando llegué, en el único
departamento que compartí, tenía en una repisa varios ejemplares del mismo
escritor, “El médico” por entonces era un best seller, y “El chamán” tambien.
Ella quiere el
primero, el día esta feo, así que salimos rumbo a Gràcia, por allí, cerca del
piso que les cuento, hay una tienda de libros usados, para mí, no hay que pagar
más de 5 euros por ese libro, Clara piensa que le quito valor a las cosas que a
ella le importan, pero no sabe que no es así, en realidad pienso que no vale
más que eso un libro tan famoso, con tantas ediciones y de tantos años.
De camino se nos
ocurre pasar por mi última Orsai, y por la tienda que nos vendió el maltrecho
regalo del último cumpleaños de su madre. Pero estaba cerrada.
Se me ocurre pasar
por la calle Verdi, recuerdo que cerca del cine había una librería, y si mi
memoria no me falla, había libros de segunda mano.
Estaba la librería,
vendía ejemplares usados, pero de ese autor no encontramos. Un “Martin Fierro”
iluminó mis ojos y colaboró con el regalo para Carlos, mi tío, por sus 57
pirulos.
La lluvia, las pocas
gotas que cayeron, apuraron nuestro paseo, de vuelta a casa se me ocurre pasar
por un sitio de empeños, compra y venta, que cuenta con muchos libros. Allí
tampoco estaba. Uno de Ledesma, del 2009, me gustó, valía 1,5 euros, su valor
original: 18. Me lo llevo. Pago con 5.
No llego a la moto
que mi cerebro me avisa que algo va mal. Aquello de “no cuento el vuelto,
siempre es de más” de Fito Paez, en esta ocasión se iba al garete. Mi tacto
contó 3 monedas y tendrían que ser más. Efectivamente, faltaban 50 céntimos.
Efectivamente, volví a por ellos. Y pobre de que no me los quisieran dar, a
menos de 1 minuto de salir del local.
Por la noche teníamos
pensado cenar carne, las imágenes de un “espeto corrido” en la tele hicieron
que recuerde que hace poco abrieron un par por acá, que pasé y el menú rondaba
los 11 euros.
Sale Clara, motor en
marcha, a ver que tal, a ver si es rico, a ver si se puede recomendar.
Llegamos y el cartel
decía: 15.90€ los fines de semana y festivos. Cuentas rápidas, 30 euros los
dos. Una compra semanal. Mucho. Nos vamos.
Terminamos en una
hamburguesería, bien cenados, Martinis y McFlurrys incluidos, por unos 20 pavos*.
Mañana es domingo (o
sea, hoy), abre el mercado de Sant Antoni, famoso por su rastrillo de libros, discos, pósters, figuritas (cromos) y demás
cosas coleccionables. No se nos puede escapar. Ahí tiene que estar.
Con El País, más
1.95 € regalaban “El secreto de
Christine” de Benjamin Black. Volví a ganar.
Ya por las
callecitas del mercado se olía el gol. Iba a caer en cualquier momento, solo
había que abrir bien los ojos. Estaba allí, tenía que estar. Lo sabía, lo sabíamos.
Noah Gordon, “El
medico” y muchos más, 10 euros, pega en el palo y sale. No pinta nada allí ese
número. Noah Gordon, pero no los que buscamos.
“El médico”, Noah
Gordon, 3 euros, centro a la olla, cabezazo de pique al suelo y a besar la red!
No pueden ganarnos, somos de otra raza, buscamos, nos rompemos el orto, y
premio, la vida a veces tira paredes, solo hay que saber devolverlas.
Para colmo, “El
rabino”, otro título del autor, se ofrecía por 2 euros, abrí la bolsa y poné
bien alto “We are the Champions”, que es lo que somos!
Sol y mar.
Incluidos.
jaja
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