domingo, 4 de agosto de 2013

va de valores



Creo que esto podría empezar el miércoles, para poner una fecha, para hacerlo cercano. Pero en realidad, viene de mucho más atrás, es un virus inoculado. ¿Por qué? ¿Por quien? Imagino que por los criadores de mi ser, aquellos que se tomaron algún tiempo en hacerme entender algunas cosas, algunos costos, algunos costes. Mucho de aquello me ayudó para hoy estar donde estoy, como estoy, para que cuando rompiera aquel cascarón, ya quebrado hace un tiempo, tenga las defensas necesarias para que mis plumas vieran la luz.
Tuve que cambiar un plan. La idea era ir a recoger a mi novia a la salida de su trabajo. Pero algo se interpuso. Alguien. Matías. Aquel pibe que lleva años luchando por estar donde le pertenece, con un proyecto suicida, sin miedo a la boca del lobo, una vez que uno toca fondo (y él lo hizo), no se puede ir más abajo, por eso, sabe por lo que pelea, y de la forma en que se encarama en la batalla.
Esa misma noche, la del miércoles, la vida le daba una revancha, un club con el que llevaba entrenando un par de días tenía un amistoso con el Sant Andreu (y le pongo articulo delante porque es un club de aca, que se fuera de alla, me pego en los dedos antes de hacerlo).
Sant Andreu es nuestro barrio adoptivo. Sant Andreu el barrio donde nació mi novia. Sant Andreu es el club que fichó a Matías, dejando atrás su etapa en el club de nuestros amores, Rosario Central, cuando aun no tenía 22.
Ese día a las 20.30hs. la vida le ofrecía una oportunidad. Demostrar lo que vale, contra el club que debería ficharlo. Y yo tenía que estar ahí.
La primera parte del partido fue toda para el local, dos a cero decía el marcador cuando nos íbamos al entretiempo, pero él aun no había entrado.
Segunda parte, la chance, y la aprovechación de la misma. Por las gradas dos caras conocidas, los compañeros de piso de él, ambos argentinos, ambos peluqueros, ambos pasaron la barrera de los 40, o casi. Foto para el recuerdo de la banda.
Termina el partido con los números de la misma forma, eso es bueno para mi amigo, que cerró un más que aceptable partido. Me voy pitando, llego tarde a casa.
Aparco la moto, dejo el casco, voy hasta la puerta de casa, entro y Clara no está, pero mi teléfono movil tampoco. ¿Donde lo habré dejado? ¿Se me habrá caído?¿Que hago ahora? Salgo a buscarlo.
Me paso todos los rojos de Torras i Bages, todos con la precaución de que no pase nadie y de no ver esas dichosas luces azules, de los hombres azules.
Llego al mismo sitio donde antes estaba la moto, el celular no está en suelo, quizás me lo hayan robado. Las luces del club ya no hacen su función.
En la puerta del club le explico a un empleado que me dejé algo en las gradas, no vas ver nada, pero si queres pasar, pasá, me dice, pero en su acento y con sus palabras, no estas.
Voy hacia donde estaba sentado, lo recuerdo bien, eran butacas amarillas, sin manchas, cerca de las visitantes, lejos de la masa. Voy tanteando el piso con cuidado, estoy cerca, es esta fila o la otra, no se ve un carajo.
Alzo la vista, casi decepcionado, haciéndome el coco de lo tarde que llegaba al encuentro con la nena, de que no podía avisarle, seguí pensando en fracciones de segundos: ¿Donde está la comisaría más cercana? ¿Como llamo a Vodafone? ¿Perderé mis contactos de la “SIM”? Y mil ráfagas más, pero mi sorpresa fue mayúscula cuando el artilugio destacaba por su negrura en el bello color primario.
Evitaré contarles la alegría de la vuelta a casa y lo difícil que fue trasladarle mi heroica historia a la muchacha que ya llevaba en casa un buen rato, con fatiga post laboral y hambre.
Jueves, día que me veo con Matías casi como si de una ceremonia religiosa se tratara. Este ritual no sabemos muy bien el día que empezó, pero si que es inquebrantable en un 99% de las veces, a menos que sea razón de fuerza mayor.
Estábamos cenando en la rambla de Fabra i Puig (puch para los que no hablen catalán), muy enzarzados en una discusión, cuando de repente, muy cerquita nuestro, escuchamos a un hombre mendigar, el “speech” fue duro y largo, el momento inoportuno para los que tenemos la, llamémosle suerte, de estar sentados, dejemos de lado que esas personas no saben que además de pudientes, en las mesas, también hay gente que se está cayendo de la clase media, y se permite el lujo de salir una vez a la semana a dejarse 10 o 15 euros, lógico que si realmente es verdad la situación de este hombre, nosotros, en comparativa, somos ricos. Para evitar otro sermón, y que la charla se nos pierda, saco rápido la billetera y cojo monedas intuyendo lo que iba a dar. Un mal cálculo de medidas hizo que se me escapara mi desayuno de mañana, dos euros con cincuenta. Maldigo toda la situación actual del país, a los putos gobernantes y mi pobre sueldo, que hace que no me relaje nunca.
Viernes, voy a buscar a mi princesita, previo paseo por las tiendas, un vaquero gris me tiene obsesionado.
La etiqueta original de mi elegido ha sido modifica en varias ocasiones, la última dice que su precio es 12.99€, y a mi, me cierra.
Pago en caja pero 9.99€. Todo tiene que dar cero. Me acuerdo siempre de esta frase. Me río de mí, de mi berrinche del día anterior por la “colaboración” errónea, y de la vida, por qué no.
Sábado, Clara está terminando un libro de Noah Gordon, yo le cuento que cuando llegué, en el único departamento que compartí, tenía en una repisa varios ejemplares del mismo escritor, “El médico” por entonces era un best seller, y “El chamán” tambien.
Ella quiere el primero, el día esta feo, así que salimos rumbo a Gràcia, por allí, cerca del piso que les cuento, hay una tienda de libros usados, para mí, no hay que pagar más de 5 euros por ese libro, Clara piensa que le quito valor a las cosas que a ella le importan, pero no sabe que no es así, en realidad pienso que no vale más que eso un libro tan famoso, con tantas ediciones y de tantos años.
De camino se nos ocurre pasar por mi última Orsai, y por la tienda que nos vendió el maltrecho regalo del último cumpleaños de su madre. Pero estaba cerrada.
Se me ocurre pasar por la calle Verdi, recuerdo que cerca del cine había una librería, y si mi memoria no me falla, había libros de segunda mano.
Estaba la librería, vendía ejemplares usados, pero de ese autor no encontramos. Un “Martin Fierro” iluminó mis ojos y colaboró con el regalo para Carlos, mi tío, por sus 57 pirulos.
La lluvia, las pocas gotas que cayeron, apuraron nuestro paseo, de vuelta a casa se me ocurre pasar por un sitio de empeños, compra y venta, que cuenta con muchos libros. Allí tampoco estaba. Uno de Ledesma, del 2009, me gustó, valía 1,5 euros, su valor original: 18. Me lo llevo. Pago con 5.
No llego a la moto que mi cerebro me avisa que algo va mal. Aquello de “no cuento el vuelto, siempre es de más” de Fito Paez, en esta ocasión se iba al garete. Mi tacto contó 3 monedas y tendrían que ser más. Efectivamente, faltaban 50 céntimos. Efectivamente, volví a por ellos. Y pobre de que no me los quisieran dar, a menos de 1 minuto de salir del local.
Por la noche teníamos pensado cenar carne, las imágenes de un “espeto corrido” en la tele hicieron que recuerde que hace poco abrieron un par por acá, que pasé y el menú rondaba los 11 euros.
Sale Clara, motor en marcha, a ver que tal, a ver si es rico, a ver si se puede recomendar.
Llegamos y el cartel decía: 15.90€ los fines de semana y festivos. Cuentas rápidas, 30 euros los dos. Una compra semanal. Mucho. Nos vamos.
Terminamos en una hamburguesería, bien cenados, Martinis y McFlurrys incluidos, por unos 20 pavos*.
Mañana es domingo (o sea, hoy), abre el mercado de Sant Antoni, famoso por su rastrillo de libros, discos, pósters, figuritas (cromos) y demás cosas coleccionables. No se nos puede escapar. Ahí tiene que estar.
Con El País, más 1.95 € regalaban “El secreto de Christine” de Benjamin Black. Volví a ganar.
Ya por las callecitas del mercado se olía el gol. Iba a caer en cualquier momento, solo había que abrir bien los ojos. Estaba allí, tenía que estar. Lo sabía, lo sabíamos.
Noah Gordon, “El medico” y muchos más, 10 euros, pega en el palo y sale. No pinta nada allí ese número. Noah Gordon, pero no los que buscamos.
“El médico”, Noah Gordon, 3 euros, centro a la olla, cabezazo de pique al suelo y a besar la red! No pueden ganarnos, somos de otra raza, buscamos, nos rompemos el orto, y premio, la vida a veces tira paredes, solo hay que saber devolverlas.
Para colmo, “El rabino”, otro título del autor, se ofrecía por 2 euros, abrí la bolsa y poné bien alto “We are the Champions”, que es lo que somos!
Sol y mar. Incluidos.
 
 

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