Llegué tarde otra vez, llegué otra vez pisando 3 o 4 minutos por
encima del que debo clavar. Intento echarle la culpa a los, pobres, 4
semáforos que me cruzo en mi travesía. Repienso si el reloj me
traicionó, pero no fue así, es más me dio tiempo a lavar la taza del té y
el vaso del zumo, religioso, de naranja.
No es la primera vez
que me pasa, y por desgracia sé, que no será la última. Cuando flaquea
la productividad, pesan los pies, hacen más esponjosa la almohada, más
calentita la cama, más cariñosa la casa, menos veloces las acciones de
acicalamiento, y más ondeante el alma.
Es que llegar y no hacer
nada, pero nada, es terrible. Pero entrar y no hacer nada, no tener un
sitio propio, no tener paredes tras las que esconderse, escritorio al
que pegar mocos, Internet de la que abusar, silla a la que martirizar, es mucho peor, eso sumado a que hace un tiempo comparto un puesto con otro operario, él hace reducción
de jornada (de momento con 6 horas le alcanza para solventar la economia
de su hogar), cuando todo funciona dentro de la normalidad, yo aprendo
mientras él me enseña y por la tarde, hago mis pinitos solo. Cuando no
hay absolutamente nada para hacer, él se sabe las tretas para malgastar
su tiempo haciendo ver que lo que hace es productivo, mientras yo,
parece que falté a esa clase.
Cuando menos trabajo hay, la gente
hace más ruido, más viajecitos de aquí para alla, más retaconeo,
un sonido nervioso, casi marcha militar. Cuando menos hay para hacer más
se mira al del costado, para ver si la soga ya le llegó al cuello, si
la guadaña esta cerca de su cabeza, si ya le corrieron el banquito. Los
celos, la mugre de la sociedad sale a flote, como un día de lluvia en
que la mierda sale de las cloacas hacia la calle, o las veredas se
llenan de barro. Es un todos contra todos sin paz, sin tregua. Gastan la
lengua en herir la imagen de otro a discreción. Sin discreción.
Todo
esto pasa, y los jefes se meten en el huracán, ellos, que pasan el resto
de los días aprovechando el confort de su sillón de cuero, salen, como un balsero,
en plena tempestad, pero no con animos de salvar vidas, sino de hacer
olas, de que todos se ahoguen en miedo, y de demostrar que el bote es
chiquito.
Por supuesto que cuando estos predadores salen de
caceria, no puedes ser debil, no debes tener el movil (ese aparatito
hijo de puta que hace que nos evadamos más de la cuenta), no puedes
dispersar tu mente en otra cosa (como en este momento estoy haciendo),
tienes que, no sé, hacer que haces. Actuar de trabajador, simular
que todo marcha bien, que vendrán tiempos mejores y que esto es una
buena pausa para poner al día temas olvidados. Para sacar el plumero,
para etiquetar cosas, para mover cosas de lugar a otro sin sentido, todo para
cuidarte el culo, el miedo manda, el terror esta instaurado y estamos
todos infectados.
Cuando llega esa premisa me siento como un
soldado, de esos obligados por edad y no por vocación, al que se le pide
que mate un enemigo, que al igual que uno, tal vez, ni quería estar
ahí. Por tanto me revelo, cojo el telefonito ante la vista sorprendida
de algunos, me quedo sentado y leo ante el asombro de otros. Escribo,
como ahora, sin pensar en la cantidad o calidad de gente que esta pasando
por detrás mio, en este ordenador que su pantalla tiene la espalda
contra la pared y la vista hacia los ojos de todo el mundo. No me
importa, como no me importa esta crisis, como no me creo más a nadie, ni
a los políticos, ni a los patrones, ni a los colegas y hasta me
atrevería a decir que ni a algunos de los que pensaba que eran mis
amigos.
La cosa esta mal, muy mal, no hay que ser irreflexivos en
esto, pero no pueden hacerle mal a nuestra esencia. No podemos
deshumanizarnos. No podemos clavar una estaca en el fondo del patio y
atar a nuestros sueños como un perro malo. Cada vez estoy más cerca de
creer que lo realmente bueno es el filo del abismo. Aquel tan seductor y
a su vez, tan profesor. Aquel que te sacude como una noticia triste,
como la muerte de un ser querido, aquel que te lleva a reflexionar, y a
cambiar. Aquel que con el dolor de desacomodarte te vuelve a dar dientes
para mostrarlos, para morder, para atacar o para pasar hambre y pensar,
que con el estomago vacío salen las mejores ideas, las mas internas,
las que vienen con el fuego de una ulcera que no queremos repetir.
Espero
que un inteligente bien pagado tome una buena decisión, sino, habrá que
arremangarse y tirarse a la piscina, por mas miedo que nos dé lo hondo,
siempre hay un fondo, se puede tocar y se puede volver a subir, sino
todo lo nuestro es suicida, venir a este mundo para no probar variantes
es depresivo. Pobres los que se sienten sin fuerzas, a esos habría que
arrimarles el hombro, a esos habría que decirle cosas como estas, a esos
habría que mostrarle la cartera para que vean que estamos todos iguales
y que tambien necesitamos de ellos para salir adelante. Siempre se
puede, al menos, intentarlo.
Y como decía mi abuela, todo tiene solución menos la muerte.
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