miércoles, 9 de octubre de 2013

cosas que te pasan si estas (casi) vivo

Llegué tarde otra vez, llegué otra vez pisando 3 o 4 minutos por encima del que debo clavar. Intento echarle la culpa a los, pobres, 4 semáforos que me cruzo en mi travesía. Repienso si el reloj me traicionó, pero no fue así, es más me dio tiempo a lavar la taza del té y el vaso del zumo, religioso, de naranja.
No es la primera vez que me pasa, y por desgracia sé, que no será la última. Cuando flaquea la productividad, pesan los pies, hacen más esponjosa la almohada, más calentita la cama, más cariñosa la casa, menos veloces las acciones de acicalamiento, y más ondeante el alma.
Es que llegar y no hacer nada, pero nada, es terrible. Pero entrar y no hacer nada, no tener un sitio propio, no tener paredes tras las que esconderse, escritorio al que pegar mocos, Internet de la que abusar, silla a la que martirizar, es mucho peor, eso sumado a que hace un tiempo comparto un puesto con otro operario, él hace reducción de jornada (de momento con 6 horas le alcanza para solventar la economia de su hogar), cuando todo funciona dentro de la normalidad, yo aprendo mientras él me enseña y por la tarde, hago mis pinitos solo. Cuando no hay absolutamente nada para hacer, él se sabe las tretas para malgastar su tiempo haciendo ver que lo que hace es productivo, mientras yo, parece que falté a esa clase.
Cuando menos trabajo hay, la gente hace más ruido, más viajecitos de aquí para alla, más retaconeo, un sonido nervioso, casi marcha militar. Cuando menos hay para hacer más se mira al del costado, para ver si la soga ya le llegó al cuello, si la guadaña esta cerca de su cabeza, si ya le corrieron el banquito. Los celos, la mugre de la sociedad sale a flote, como un día de lluvia en que la mierda sale de las cloacas hacia la calle, o las veredas se llenan de barro. Es un todos contra todos sin paz, sin tregua. Gastan la lengua en herir la imagen de otro a discreción. Sin discreción.
Todo esto pasa, y los jefes se meten en el huracán, ellos, que pasan el resto de los días aprovechando el confort de su sillón de cuero, salen, como un balsero, en plena tempestad, pero no con animos de salvar vidas, sino de hacer olas, de que todos se ahoguen en miedo, y de demostrar que el bote es chiquito.
Por supuesto que cuando estos predadores salen de caceria, no puedes ser debil, no debes tener el movil (ese aparatito hijo de puta que hace que nos evadamos más de la cuenta), no puedes dispersar tu mente en otra cosa (como en este momento estoy haciendo), tienes que, no sé, hacer que haces. Actuar de trabajador, simular que todo marcha bien, que vendrán tiempos mejores y que esto es una buena pausa para poner al día temas olvidados. Para sacar el plumero, para etiquetar cosas, para mover cosas de lugar a otro sin sentido, todo para cuidarte el culo, el miedo manda, el terror esta instaurado y estamos todos infectados.
Cuando llega esa premisa me siento como un soldado, de esos obligados por edad y no por vocación, al que se le pide que mate un enemigo, que al igual que uno, tal vez, ni quería estar ahí. Por tanto me revelo, cojo el telefonito ante la vista sorprendida de algunos, me quedo sentado y leo ante el asombro de otros. Escribo, como ahora, sin pensar en la cantidad o calidad de gente que esta pasando por detrás mio, en este ordenador que su pantalla tiene la espalda contra la pared y la vista hacia los ojos de todo el mundo. No me importa, como no me importa esta crisis, como no me creo más a nadie, ni a los políticos, ni a los patrones, ni a los colegas y hasta me atrevería a decir que ni a algunos de los que pensaba que eran mis amigos.
La cosa esta mal, muy mal, no hay que ser irreflexivos en esto, pero no pueden hacerle mal a nuestra esencia. No podemos deshumanizarnos. No podemos clavar una estaca en el fondo del patio y atar a nuestros sueños como un perro malo. Cada vez estoy más cerca de creer que lo realmente bueno es el filo del abismo. Aquel tan seductor y a su vez, tan profesor. Aquel que te sacude como una noticia triste, como la muerte de un ser querido, aquel que te lleva a reflexionar, y a cambiar. Aquel que con el dolor de desacomodarte te vuelve a dar dientes para mostrarlos, para morder, para atacar o para pasar hambre y pensar, que con el estomago vacío salen las mejores ideas, las mas internas, las que vienen con el fuego de una ulcera que no queremos repetir.
Espero que un inteligente bien pagado tome una buena decisión, sino, habrá que arremangarse y tirarse a la piscina, por mas miedo que nos dé lo hondo, siempre hay un fondo, se puede tocar y se puede volver a subir, sino todo lo nuestro es suicida, venir a este mundo para no probar variantes es depresivo. Pobres los que se sienten sin fuerzas, a esos habría que arrimarles el hombro, a esos habría que decirle cosas como estas, a esos habría que mostrarle la cartera para que vean que estamos todos iguales y que tambien necesitamos de ellos para salir adelante. Siempre se puede, al menos, intentarlo.
Y como decía mi abuela, todo tiene solución menos la muerte.

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