domingo, 6 de octubre de 2013

positivo



Atate el pelo, subite atrás, poné bien fuerte “Born To Be Wild”, y aguanta todos los embates del viento lo mejor que puedas.
Así será mi mensaje, furioso y rápido. Claro, con amortiguaciones, ruidoso.
Luminoso, como los días en que no eran nuestros, sino míos y tuyos. De los dos, pero con el factor común poco desarrollado.
Agarrate, abrazate a mi minúsculo cuerpo, hacelo de la misma manera que lo haces cuando nuestras almas se funden y dejan que nuestros cuerpos suden un rato y se den lo que necesitan. Algo de amor.
Vamos por la mitad de la soleada ruta, las ruedas se adhieren bien, el pavimento es la vida. Se puede rodar sobre ella todo lo que quieras, el día que te caes duele, un día puede que no te levantes, pero, ¿Cuántos kilómetros harás por su mezcla hasta que llegues a eso?
Es un camino a ningún lado. O a muchos. Es como un paseo sin rumbo. Quizás la noche nos sorprenda bajo un techo estrellado, quizás un los guardianes mosquitos de un lago nos dejen dormir, tal vez la luna ilumine los últimos minutos de nuestra unión, esa que a la mañana esta tan deshecha como las sabanas.
El termo sigue caliente, hoy no nos olvidamos de la bombilla, el tronco que sostiene nuestro desayuno se pregunta que es lo que bebemos. Hace tiempo que le perdiste el miedo al mate, y a otras cosas también. Hace un tiempo que soy más yo de tenerte a mi lado, y otras cosas también.
Boggie Chillen’ viene de improviso a mi cabeza, el tintineo de esa guitarra me azota, me deja desnudo ante mi próximo sueño por cumplir. No hay nada que se interponga ante las ganas de un hombre.
Sobre las luchas y la música, sobre esos pilares se construye tu imagen. Tanta claridad de golpe entró por la ventana de mi corazón el día que te vi, que creo que es el acumulador que más energía me sigue dando cuando se cortan las luces de la gran ciudad. La de mi mente.
Quiero llegar a una cascada, volcarme sobre el agua, que no haya nadie, que sea miércoles, que la rabia de la rutina se haya quedado encerrada en el mismo momento que la llave dio su último giro, quiero que nada me preocupe más que seguir buscando fotos para mis recuerdos. Que el tiempo pare, que se ralentice, que serpentee como Morrison a su micrófono, que amague con caerse, que cierre los ojos, que de un salto y nos conceda ese waltz.
Si atardece que sea sobre un mantel, que el libro se haya llenado de pasto, que la sombra del Eucaliptos no pare de refrescar mis memorias, que en el narcótico momento tu sombra a contraluz muestre ese vientre hinchado y mi eternidad entre tus pechos y ese monte. Que los duplicados latidos de tus pasos paren justo frente a mi, permitas que bese tu piel, te haga lugar, me seque la baba de la siesta donde tenía una pesadilla de mi vida anterior, y te sirva un rico té.
Cuando el atardecer, indecente e infaltable, grita como Jagger en Sway, las cosas estan recogidas. Rodar de noche es entrar en comunión con habitantes desconocidos, chicas que venden lo que queda de sus almas, pues sus corazones estan detrás de ese viejo motel, cerca del baño, al costado del almacén de bebidas, en una cuna. Lobos corredores, jaurías de buscavidas, mercenarios, responsables de martillar sus presentes a cambio de dignidad para sus planes. Animales de poca compañía. Bichos que durante la diurna jornada no se atrevían a dejar sus escondites. A muchos nos pasa lo mismo. Pero un día cruzamos la calle sin la mano del mayor.
No se a donde vamos, no creo que nos importe más que estar bien, ayer el subtitulo de una serie tiraba: “tu eres mi hogar”. Creo poder decir que siento lo mismo.
Un día las viejas heridas nos harán más libres, volveremos a tener bocas precoces, volveremos a tener lenguas sin mordeduras y caricias sin ataduras, hasta ese momento, sigamos curándonos de la manera que nos sale.

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