Prólogo
No lo sabía.
Ni estaba enterado, y la verdad sea dicha, ni me preocupé.
Vine con otras cosas en la cabeza.
Cuando me picó el gusanito, la bola de nieve ya iba cuesta abajo.
Por el contrario, mis ideologías, hacia arriba.
No entendía (aún no lo entiendo), el por qué de ese libre albedrío, de ese
delito impune, de ese robo para la corona.
Como puede ser que te obligaran a hacer clases coche, y a ese precio.
Repito: obligaran.
Viniendo de la cuna del Che Guevara, no podía permitir tal atropello.
Además fui sumando excusas, “es un hijo bobo”, “desde que lo sacas del
concesionario es pérdida”, “por la ciudad te movés bien con transporte
público”, estas y otras verdades iban formando mi muro de contención. Una pared
que servía para tapar una única razón, la de siempre, el dinero.
Así fui esquivando el temporal, “ahorrando” dinero que la gente tiraba y
haciendo mis planes ajenos a ese mundo, seguir viajando, volver de vez en
cuando a Argentina, y hasta me dejé embaucar en el facilismo hipotecario del
2005 con un piso en este barrio. Todo eso me parecía más barato que dar ese
paso.
Un día me enteré que cambiaba la ley, ahora tendrías que examinarte
(teórico y práctico) para un simple ciclomotor. Para un lento e insultante
artilugio de 49cc y 50 km/h
como máximo.
Leamos otra vez la frase: cambiaba la ley, ahora tendrías que examinarte
(teórico y práctico) para un simple ciclomotor. ¿Qué quiere decir esto?
¿Entonces, hasta ahora como era?
Simple, pasabas por la Dirección General de Transito y te daban la licencia.
No puede ser. Otra vez no.
Si, así fue, otra vez, si.
De la misma manera, mi pensamiento no se bajaba del burro (ya ven que hasta
él evita el motor), no pagaré por esa estúpida maniobra, ya volverán a hacerlo
como antes y haré la cola.
Fue allá por el 2009 (año de muchos cambios en lo personal) que me decidí
por ir a visitar a un amigo que vive en Formentera (una de las islas Baleares,
de las más chiquitas). Para ir hay que pasar obligadamente por Ibiza, ya sea
por aire o mar, para luego coger un ferry que te dejará en el puerto de La
Savina. Allí me vino a buscar él y su novia. Me dio la bienvenida y minutos más
tarde me explicó que ella lo llevaría a su trabajo, y luego volvería a por mí.
Esa semana me la pasé bárbaro, en bici, a pie, en algún autobús de línea
regular y poco margen horario, pero sobre todo con Vale, su chica, que hizo un
esfuerzo enorme por llevarme a cada punta del islote que deseara conocer. Llegó
un punto que me dio vergüenza. Y una tarde, viendo el atardecer, gozando de
unos mates que a día de hoy recuerdo, baje la guardia y me decidí. Voy a
sacarme el carnet.
Al llegar a Barcelona, me puse en campaña, miré los pros y contras de cada
cosa, me informe de cómo estaba la situación actual y como sería en un futuro
cercano.
Lo que me llevó a la conclusión de que:
No me podía sacar aún el carnet de coche, pues no podría conducir motos
hasta no pasar los dos años.
Carnet de 125cc. al rededor de los 1000 euros. Pero luego tendría que ir a
por el de coche y pagar una cantidad similar y/o mayor.
O sea que me quedaba por descarte el ciclomotor, que aunque en su nombre
lleva incluida la palabra motor, no se lo considera como vehiculo con tal.
Quinientos y pico de euros el chiste, la moral ya estaba en fase de
desintegración dentro del estómago.
Ahora, justamente 3 años después de la obtención de tal permiso, me propuse
el B (nombre que toma la licencia de conducir automóviles por estos lares).
Las leyes han cambiado más aún, pero gracias a la crisis hay menos demanda
y más competencia. Gracias a los colmillos de la crisis, me lo plantee como curso
a tomar en mi tiempo libre. El “paro” o la desocupación me viene lamiendo los
talones. Pero no me preocupa más de lo estrictamente necesario. Si bien se pasa
por baches, no pueden quitarnos las ganas de hacer cosas, por descabelladas que
algunas parezcan.
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