miércoles, 24 de abril de 2013

Pardillo



Prólogo

No lo sabía.
Ni estaba enterado, y la verdad sea dicha, ni me preocupé.
Vine con otras cosas en la cabeza.
Cuando me picó el gusanito, la bola de nieve ya iba cuesta abajo.
Por el contrario, mis ideologías, hacia arriba.
No entendía (aún no lo entiendo), el por qué de ese libre albedrío, de ese delito impune, de ese robo para la corona.
Como puede ser que te obligaran a hacer clases coche, y a ese precio.
Repito: obligaran.
Viniendo de la cuna del Che Guevara, no podía permitir tal atropello.
Además fui sumando excusas, “es un hijo bobo”, “desde que lo sacas del concesionario es pérdida”, “por la ciudad te movés bien con transporte público”, estas y otras verdades iban formando mi muro de contención. Una pared que servía para tapar una única razón, la de siempre, el dinero.
Así fui esquivando el temporal, “ahorrando” dinero que la gente tiraba y haciendo mis planes ajenos a ese mundo, seguir viajando, volver de vez en cuando a Argentina, y hasta me dejé embaucar en el facilismo hipotecario del 2005 con un piso en este barrio. Todo eso me parecía más barato que dar ese paso.
Un día me enteré que cambiaba la ley, ahora tendrías que examinarte (teórico y práctico) para un simple ciclomotor. Para un lento e insultante artilugio de 49cc y 50 km/h como máximo.
Leamos otra vez la frase: cambiaba la ley, ahora tendrías que examinarte (teórico y práctico) para un simple ciclomotor. ¿Qué quiere decir esto? ¿Entonces, hasta ahora como era?
Simple, pasabas por la Dirección General de Transito y te daban la licencia.
No puede ser. Otra vez no.
Si, así fue, otra vez, si.
De la misma manera, mi pensamiento no se bajaba del burro (ya ven que hasta él evita el motor), no pagaré por esa estúpida maniobra, ya volverán a hacerlo como antes y haré la cola.
Fue allá por el 2009 (año de muchos cambios en lo personal) que me decidí por ir a visitar a un amigo que vive en Formentera (una de las islas Baleares, de las más chiquitas). Para ir hay que pasar obligadamente por Ibiza, ya sea por aire o mar, para luego coger un ferry que te dejará en el puerto de La Savina. Allí me vino a buscar él y su novia. Me dio la bienvenida y minutos más tarde me explicó que ella lo llevaría a su trabajo, y luego volvería a por mí.
Esa semana me la pasé bárbaro, en bici, a pie, en algún autobús de línea regular y poco margen horario, pero sobre todo con Vale, su chica, que hizo un esfuerzo enorme por llevarme a cada punta del islote que deseara conocer. Llegó un punto que me dio vergüenza. Y una tarde, viendo el atardecer, gozando de unos mates que a día de hoy recuerdo, baje la guardia y me decidí. Voy a sacarme el carnet.
Al llegar a Barcelona, me puse en campaña, miré los pros y contras de cada cosa, me informe de cómo estaba la situación actual y como sería en un futuro cercano.
Lo que me llevó a la conclusión de que:
No me podía sacar aún el carnet de coche, pues no podría conducir motos hasta no pasar los dos años.
Carnet de 125cc. al rededor de los 1000 euros. Pero luego tendría que ir a por el de coche y pagar una cantidad similar y/o mayor.
O sea que me quedaba por descarte el ciclomotor, que aunque en su nombre lleva incluida la palabra motor, no se lo considera como vehiculo con tal.
Quinientos y pico de euros el chiste, la moral ya estaba en fase de desintegración dentro del estómago.
Ahora, justamente 3 años después de la obtención de tal permiso, me propuse el B (nombre que toma la licencia de conducir automóviles por estos lares).
Las leyes han cambiado más aún, pero gracias a la crisis hay menos demanda y más competencia. Gracias a los colmillos de la crisis, me lo plantee como curso a tomar en mi tiempo libre. El “paro” o la desocupación me viene lamiendo los talones. Pero no me preocupa más de lo estrictamente necesario. Si bien se pasa por baches, no pueden quitarnos las ganas de hacer cosas, por descabelladas que algunas parezcan.

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