miércoles, 10 de abril de 2013

TMB



Despierta por la mañana muy temprano, cuando las calles aun no están puestas.
Desde su amplio ventanal vislumbra las caras de los cansados que vuelven a sus casas luego de una ardua noche, y los zombis que se irguen sin saber por estas horas, si ponerse las gafas de sol, ante su inminente llegada.
Algo debe haber pasado, piensa mientras se cepilla los dientes, le duele el cuello, no es bueno empezar con torticolis, se dice mientras intenta masajearse la zona.
Se ajusta la corbata, quita religiosamente las pelusas a su traje, y enfila hacia aquella maquina de buen café italiano que descubrió en el hall del CAP del barrio, justo frente a la parada de su bus.
Es un día soleado y muy especial en Catalunya, es la “diada” de Sant Jordi, ni bien arranque el chofer, empezará a notar la presencia de los vendedores de rosas en cada esquina, en los cristales se reflejará todo el colorido, que hará de disparador de su memoria, no puede fallar, ha de conseguir un ejemplar para su novia.
El “62” lo dejará en el Mercat de Ciutat Meridiana, ahí saludará a los amables y gritones tenderos, que no dejarán que pase desapercibido, antes de llegar al puesto de su amigo el panadero, en la “cansaladeria” de la Rosa le llenarán los bolsillos de un rico “bull” blanco, que como siempre rechazará, mientras da dos besos, pero su intento es inútil, siempre sale de ahí pensando en traerles una botella de algo la próxima vez.
Jacinto empieza la charla con el golazo de Messi, mientras, él va cortando la barra de cuarto a la mitad, y rociando el interior con un intenso aceite de oliva extra.
Las lonchas del embutido ya descansan bien arropadas, retruca que aún falta la final en Londres, que no festeje antes de tiempo por el repaso que anoche le pegó al Borussia, los grandes también caen.
Sale pitando, sabe que no hay mucha frecuencia en los convoys de la línea 11, el trasbordo lo hará en Trinitat Nova, seguirá el recorrido amarillo hasta Passeig de Gràcia.
Al salir a la superficie se reencuentra con una respuesta a su pregunta: ¿Por qué seguir en esta ciudad?
El cruce en el tiempo entre lo moderno y lo modernista que cualquiera puede apreciar sin ser diplomado en arquitectura, la inmensa variedad de tiendas donde distraer los ojos, la riqueza cultural -no pasan cien metros sin ver a alguien sostener un periódico, o un entretenido lector de novela negra en el banco de una plaza-, el mar, ese agente tan poco valorado hace un tiempo, que ahora como Fenix, retoma con toda su fuerza el esplendor, lavan sus olas las penas de cualquier errante. Esas y mil más, son las razones por la cual no puede dejar esta ciudad, testigo de su historia y viceversa.
Definitivamente el día primaveral que hace invita a no trabajar, los stands repletos de libros que coronan la plaza Catalunya, la hilera de escritores firmando ejemplares, uno al lado del otro, bajando por las ramblas, y la inmensa cantidad de gente sosteniendo el suyo con el dedo índice marcando la primer página, como si en el momento que la fortuna le toque con la caligrafía de su autor favorito, esa hoja se esfume, se fugue, dan una envidia digna de la creación de una nueva palabra en el diccionario.
Cree que la pasarela de madera de la última rambla, aquella por donde el agua corre libre bajo su firmeza, es la ideal para desenvolver su bocata.
La siesta lo sorprende con la corbata más floja, desparramado por el suelo, donde tímidas palomas se rifan las migas de su comida.
Subirá en el 40 que lo dejará muy cerca de donde dejó los cartones. Tiene que ser puntual, a las 20:00 cierran el cajero, y él debe quedar dentro.

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