Salís a
correr como empezás esta página, sin ideas, sin saber.
En el
medio, muchas de ellas te invaden, algunas se repiten, otras indagan en los
espacios ya creados horas antes, cuando una noche destapó los demonios más
profundos.
Ideas,
inestables como corazones, se sacuden, se dejan ver, algunas terminarán la
carrera contigo y se derrumbaran en algún papel, alguna acción. Otras,
caravaneras, se pondrán el disfraz más burlón y no volverán a aparecer hasta
que alguien las detone.
Se te
mezclan las cosas, no sabes si escuchar música, si caminar, si comprar, si
comer, si el gimnasio, si leer, o si cine, tantas cosas a la vez para un solo
cometido, el mismo, gastar el tiempo, único y escaso, de la forma que mejor nos
sintamos.
Matar,
morir y siempre la piscina con poco agua, como si la idea de tenerla alla atrás,
enterrada reemplaza todos los veranos, mágicos, pasados. La imagen es siempre con
poca agua, así, agridulce, los días. Seguro recordaran los momentos de pobreza
(tuvieron, no?) en que aquel compañerito de escuela compartía su sándwich pero
te ponía el dedo para que no te pases con la mordida. Así.
Con
ganas de tirarte, pero conociendo la dureza del fondo y la debilidad ósea.
Y
vagaba mi cabeza, divagaba. Siempre tengo el libro aquel sin escribir, pero por
suerte, mis latidos, más canosos, afrontan nuevas ideas con más maña, con más
cintura, entonces me agarran, me zarandean y me aconsejan empezar por un cuento
corto, después llevarlo más lejos.
Los
ojos se rieron, de mi frente seguía cayendo transpiración con algún producto
capilar para moldear un peinado mañanero, y se me colaba por las mismas
cavidades que, como borrachas, le recordaban al tonto aquel que tiró aquel estúpido
destello, lo cómodo del sillón, y las películas
por ver. Seguro encuentre más significado en eso, que pelearse con una
inspiración que nunca lleva reloj.
Yo no
le creo del todo, hoy, en pelotas, y con olor a huevos, a transpiración debidos
al concierto de anoche, me puse acá a hablar de amor. Por supuesto que nunca
puedo ganarle el pulso a describir la pena, los dramas son más reales que las
comedias. Aunque en los mensajes no discriminan los géneros.
“Puedo
escuchar los latidos…” leía ayer en una frase que, según como se interprete, hablaba
del lector y su relación con el escritor.
Me
quedé con esa imagen, a mi también me pasa, quizás a todos los que nos
explayamos de esta manera. Veo a mi madre, siempre fiel, yendo a buscar mis
noticias, mis letras, mis fotos, algo mío que le quité. Veo a mi hermana,
apresurada, como joven, como fui hace poco, leyendo atragantada mis
alucinaciones, y pasando rápidamente a otro asunto, pero además la veo en el
futuro, con años marcando los surcos de su cara, con arrugas rodeando las
sonrisas que le producen textos olvidados que ella alguna vez imprimió y guardó,
la veo, la veo sin mi, sin mis pasos en este sueño. Abrazado a la idea de la
eternidad, hecho ceniza, esparcido como sal en piedra donde alguna vez el mar
ondeó. Verse sin uno es matar a un niño.
Recorro
la cara de mi amor, la chica esa por la que valen tantas penas, por la que
valen tantos sacrificios, la que vale mis silencios más hirientes, la imagen
esa que no quiero arruinar, estoy cansado del dolor, algún día todo esto será
menos denso, alguna vez le explicaré tantas cosas que hago por ella, mientras
me mantengo estoico a una imagen de, de piedra, de roble, de ácido, corrosivo. La
felicidad tiene como zaguán un pasillo espinoso, esta en nuestro poder mental
descalzarse del todo y afrontar el reto.
Mi
viejo también entra en los latidos que escucho, quizás más torpe con este
futuro tan poco tangible, pero preocupado, como siempre por la cabecita loca de
su hijo.
Y los
veo, y ahora que pienso, tal vez por eso me detengo y no continuo, al ser tan
distintos entre todos y respetarlos tanto, no prospera mi la planta que quiero
ver frutada.
A donde
iba con todo esto? A ningún lado, como siempre (hasta que no exista más esta última)