lunes, 30 de septiembre de 2013

¿Hay una palabra que describa todo y nada al mismo tiempo?



Salís a correr como empezás esta página, sin ideas, sin saber.
En el medio, muchas de ellas te invaden, algunas se repiten, otras indagan en los espacios ya creados horas antes, cuando una noche destapó los demonios más profundos.
Ideas, inestables como corazones, se sacuden, se dejan ver, algunas terminarán la carrera contigo y se derrumbaran en algún papel, alguna acción. Otras, caravaneras, se pondrán el disfraz más burlón y no volverán a aparecer hasta que alguien las detone.

Se te mezclan las cosas, no sabes si escuchar música, si caminar, si comprar, si comer, si el gimnasio, si leer, o si cine, tantas cosas a la vez para un solo cometido, el mismo, gastar el tiempo, único y escaso, de la forma que mejor nos sintamos.

Matar, morir y siempre la piscina con poco agua, como si la idea de tenerla alla atrás, enterrada reemplaza todos los veranos, mágicos, pasados. La imagen es siempre con poca agua, así, agridulce, los días. Seguro recordaran los momentos de pobreza (tuvieron, no?) en que aquel compañerito de escuela compartía su sándwich pero te ponía el dedo para que no te pases con la mordida. Así.
Con ganas de tirarte, pero conociendo la dureza del fondo y la debilidad ósea.

Y vagaba mi cabeza, divagaba. Siempre tengo el libro aquel sin escribir, pero por suerte, mis latidos, más canosos, afrontan nuevas ideas con más maña, con más cintura, entonces me agarran, me zarandean y me aconsejan empezar por un cuento corto, después llevarlo más lejos.
Los ojos se rieron, de mi frente seguía cayendo transpiración con algún producto capilar para moldear un peinado mañanero, y se me colaba por las mismas cavidades que, como borrachas, le recordaban al tonto aquel que tiró aquel estúpido destello, lo cómodo del  sillón, y las películas por ver. Seguro encuentre más significado en eso, que pelearse con una inspiración que nunca lleva reloj.

Yo no le creo del todo, hoy, en pelotas, y con olor a huevos, a transpiración debidos al concierto de anoche, me puse acá a hablar de amor. Por supuesto que nunca puedo ganarle el pulso a describir la pena, los dramas son más reales que las comedias. Aunque en los mensajes no discriminan los géneros.

“Puedo escuchar los latidos…” leía ayer en una frase que, según como se interprete, hablaba del lector y su relación con el escritor.
Me quedé con esa imagen, a mi también me pasa, quizás a todos los que nos explayamos de esta manera. Veo a mi madre, siempre fiel, yendo a buscar mis noticias, mis letras, mis fotos, algo mío que le quité. Veo a mi hermana, apresurada, como joven, como fui hace poco, leyendo atragantada mis alucinaciones, y pasando rápidamente a otro asunto, pero además la veo en el futuro, con años marcando los surcos de su cara, con arrugas rodeando las sonrisas que le producen textos olvidados que ella alguna vez imprimió y guardó, la veo, la veo sin mi, sin mis pasos en este sueño. Abrazado a la idea de la eternidad, hecho ceniza, esparcido como sal en piedra donde alguna vez el mar ondeó. Verse sin uno es matar a un niño.
Recorro la cara de mi amor, la chica esa por la que valen tantas penas, por la que valen tantos sacrificios, la que vale mis silencios más hirientes, la imagen esa que no quiero arruinar, estoy cansado del dolor, algún día todo esto será menos denso, alguna vez le explicaré tantas cosas que hago por ella, mientras me mantengo estoico a una imagen de, de piedra, de roble, de ácido, corrosivo. La felicidad tiene como zaguán un pasillo espinoso, esta en nuestro poder mental descalzarse del todo y afrontar el reto.
Mi viejo también entra en los latidos que escucho, quizás más torpe con este futuro tan poco tangible, pero preocupado, como siempre por la cabecita loca de su hijo.
Y los veo, y ahora que pienso, tal vez por eso me detengo y no continuo, al ser tan distintos entre todos y respetarlos tanto, no prospera mi la planta que quiero ver frutada.

A donde iba con todo esto? A ningún lado, como siempre (hasta que no exista más esta última)

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