Preámbulo.
Llegamos,
en coche. De "estranguis", era la vaga.
Hacia
un día irrepetible como tantos otros.
La
admisión fue fácil. La mía y la de la administrativa que nos dio de alta.
Como si
de un hotel se tratara, te explican el confort y los horarios, pero no te dan
llave ni tarjeta. Te cuelgan una pulserita “all inclusive”. Barra libre de analgésicos.
El
primer pinchazo de la semana es para un banco de sangre, nadie me había avisado o sea que si alguien fue receptor de mi fluido, también ha sido benefactor de
los residuos de una exquisita marihuana que la noche anterior se coló en el
concierto que AC/DC simulaba estar en River, pero estaban en casa.
Salimos
a tomar aire, más bien, envión.
El
parque lucia raro, triste, patio de desocupados.
Los
llamados finalizaron minutos antes de que aceptara mi nueva vestimenta.
La cena
esta servida. Clara se sube a la cama y yo a un sueño que durará más o menos 3
días.
Capitulo
1.
No son
las ocho. Matías se asoma sonriente por la puerta, creo que ya estoy duchado
con un avinagrado desinfectante. El vecino de habitación duerme placidamente,
hoy es el último de sus 45 días de cautiverio. Sus marcas muestran la batalla
librada. Lo reclutaron 5 veces para el quirófano, siempre en primera línea.
Camaleonicamente
mi bata ahora sube de tono. Indica: ahí va.
Aparcan
otra cama junto a la caliente. Su conductor, un rockero "old fashioned", tiene
muy buena onda además de un curioso olor a quintillo.
Brevemente
conversamos sobre ese estilo de música que tanto nos gusta, me pregunta si
conozco Rata Blanca, le retruco que hace un tiempo los vi junto a Barón Rojo en
un pueblo perdido de Albacete, levanta la mano con forma de “cuernitos”. Hemos
conectado. Me subo mientras escucho que le da instrucciones de uso, del hospital
a lo que queda de Clara y un atento Irace. Comienza el viaje. Voy del revés,
con la cabeza delante, mirando las greñas del rocker, por mis “wines” no hacen
mas que pasar imágenes veloces, voraces, coloridas, silenciosas.
Frena.
Beso su boca, me besan la frente. No puedo sacar las manos de debajo de la
manta. Al final de la habitación hay como un buzón, como la boca de un horno de
pan.
La cama
clava sus ruedas en la guía. Mi cuerpo pasa a otra atmosfera. El pelilargo se
queda de un lado de la cristalera que no es el mío. Asoma la cabeza y grita:
Rata Blanca!!!
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