Esta calentito.
Llevo tiempo viniendo aquí. Si haría un esfuerzo muy grande recordaría el
primer día, pero no tengo ganas de pagarle horas extras a mis neuronas.
Es invierno, y no se si existirá una explicación anatómica para esto, pero
me parece que una válvula en la vejiga se debe aflojar. Uno no para de sentir
ese cosquilleo interno que provoca que visitemos los sanitarios con una
frecuencia inaudita.
Vengo aquí, porque me echaron del otro, no por mal comportamiento, sino por
la situación actual del país. Decidieron chapar el gimnasio que solo tenía
aparatos para unificar a toda su sociedad en el que cuenta con piscina a pocos
metros del anterior. Pagamos más, pero muy poco, y echar unas brazadas de vez
en cuando se agradece.
Por suerte o por desgracia, como siempre pasan todas las cosas, me vino
bien. Me lesioné la espalda y para soportar el dolor del pinzamiento, pero
sobre todo, para el sufrimiento de los infinitos y laberínticos turnos médicos que
hay que esperar para acceder al verdadero dictamen.
Son dos años los que pasan desde el mal gesto hasta su verdadero
diagnóstico: hernia discal L4 / L5 (la L es de lumbar y el número la altura a
la que se encuentra). En ese tiempo conocí a un montón de profesionales, unos
muy duchos, otros muy “Duce” y algunos que se tendrían que considerar dichosos
de que les sigan pagando por su inutilidad.
Así que en nadar encontré un lugar donde puedo caminar sin notar el peso de
mi ser, el peso de mi carga, el peso de mi consciencia. Allí soy el más veloz
de los usuarios, que de media son sexagenarios.
Más tarde descubriría que de la
misma manera que actúa la moto lo hace la natación, de psicólogo. Ese estado de
soledad que no podes aniquilar con auriculares, hace que te replantees mil
cosas, y que no se te pase por la sesera la idea para un libro, para ese libro
o ese cuento que hace tiempo quieres editar, porque o saldrás corriendo hacia
el vestuario en busca de tu móvil para teclear en un “bloc de notas” (cosa que
acarrea dos inconvenientes, que tengas los dedos mojados y el teléfono sea
táctil, y el riesgo de resbalo y fractura expuesta), o estarás repitiendo la
idea hasta terminar el ejercicio para que en la ducha veas el micropene del
vecino y se te olvide. O sea que mejor no pensar en esos minutos en un best
seller.
Mi padre decía que a él no lo encerremos en el loquero a menos de que
empiece una conversación o relato, se vaya por las ramas y no sepa volver a la
idea principal, esa máxima la robe para mí.
En una de las tantas sesiones de rehabilitación, pre-operatoria y post
traumática (porque más tarde me dirían que en ellas me lesionaron más), el
fisioterapeuta, un señor robusto de 109 kilos que se apoyaba en mi gemelo con
su pecho y llevaba mi rodilla hasta el mentón petándome por completo el disco,
me dijo que la columna era un porcentaje altísimo de agua y vitamina C, para
eso me recomendó ejercicios matinales (que pocas veces hice), 2 litros de agua al día y
Redoxón o cualquier complejo vitamínico donde predomine la C.
La suma de los factores altera el sistema. Al menos el mío. El frío y esa
cantidad de líquido elemento hacen que mis estadísticas se incrementen de
manera brutal en la productividad de mis riñones.
Son las 3 de tarde de un viernes gris. La piscina tiene un carril por barba
o viceversa. Somos 4. Me estoy meando.
Nunca de mi periodo consciente he orinado en un recinto acuoso de pública
utilización y cerrado. Con esto quiero decir que a veces, muy pocas, lo he
hecho en el mar o río.
Recuerdo la semana que nació mi hermana fue un desmadre, con la gente yendo
y viniendo a la maternidad yo campaba a mis anchas disfrutando de los últimos
días de miembro prioritario de la familia, al festín estaban invitados mis dos
grandes amigos de la infancia Pachi y Ramiro. Esparcimos todos los juguetes por
toda la gran superficie de la casa, cambiábamos de temas y argumentos como uno
ahora pasa videos en Youtube, pasábamos de He-Man a los autitos de ahí a los
Tentes previo pit-stop por la chocolatada, subimos a la terraza y nos metimos
en la pileta sin la ropa adecuada, salpicamos todo, saltamos todo el tiempo
burlándonos de la prohibición existente en esa materia. Y meamos, o eso fue lo
que les dije porque creo que no me anime. Desde entonces que soy riguroso.
Como forzar algo que no sale natural?. Voy y vuelvo casi sin respirar entre
brazadas, y el pinchazo a la altura del vientre aumenta, no puedo aguantar esta
tortura. Que hago? Salgo? Si me enfrío puede darme uno de esos espasmos que
generan temblores, y ellos repercuten en mi reciente intervención quirúrgica.
Meo?
Voy hasta una punta, la más oscura,
pero no hay huevos. Recorro otra vez el largo, en sentido opuesto, a ver si
cerca de los tubos que emanan el agua (en este caso, caliente) mi esfínter
uretral me da rienda suelta. Pero mi cabeza es más potente, recuerda leyendas
sobre colorantes para este tipo de acciones que deschavan al ejecutor. Yo no
quiero que me señalen con el dedo y me tenga que mudar de barrio en busca de
otro gimnasio municipal tan económico, pero me hago pis.
Me vienen imágenes de los días de “padres y bebes” que organizan en este
establecimiento, y de lo turbia que esta el agua, del asco que me da pensar que
los niños no saben utilizar el freno, de que ninguno de los que esta dentro del
cuadrilátero pasa revisión médica, que los padres igual vienen de follar como energúmenos,
y para ser “ecológicos” y no malgastar la ni corriente eléctrica ni los metros
cúbicos indicados en la factura de AGBAR, vienen todo sudados, llenos de
segregaciones y fluidos corporales a asearse, no les importa que una formadora
se les acerque para que corregir la postura de las manos en la nuca del
primogénito, ellos ahorran y se limpian en esta agua.
Por qué yo no? Apretó con ganas, con revancha, con rabia y aun así ni gota.
Cuando me relajo, ya van 20 idas y 19 vueltas de 25 metros cada una. Ya
estoy entregado, romperé todas mis convicciones y honores, mearé, ya lo tengo
amasado, en la punta, solo hace falta el disparo de salida.
Termina siendo en la zona oscura, alejada del socorrista, donde el ocre
menos se distinga, pero quizás me pillen por el calor. Sin parar de excretar
hago un poco de crol, llego a la parte más cálida, miro hacia abajo no se
sospecha nada, nadie me mira, respiro profundamente y no se percibe ese aroma
tan varonil. Mi miembro no deja de expulsar, empiezo a asustarme, voy caminando, practicando un poco de torsión
espinal hasta el medio, me hago el disimulado y el chicato apuntando mi vista
hacia el reloj de pared que marca las 3 y cuarto. Debajo palpo con los pies una
rejilla bastante grande, es un buen lugar para hacer unos estiramientos
mientras acabo el acto. Será justo aquí abajo donde se encuentren las
colecciones más variopintas de vellos púbicos y cabellos del barrio? Quien y
que día harán el mantenimiento? Lo comentaran a la hora del café?
El tema es que parece viernes a la madrugada cuando sales de copas por el
Raval y te arrimas a un árbol para mear, divisas las luces azules girando de
los “malos” y tu churra no te obedece, está tan borracha como tu, y no quiere
que la presionen.¡Dejarme vomitar en paz!- debe decir.
La aguja larga se posa sobre el 5. Puedo hacer un manual con todas las
elongaciones que hice. Creo que esta parando. Me podré ir. Ya no quiero hacer
espalda, no quiero volver a sumergir la cabeza.
Le apunto al ángulo más cercano a la puerta del
vestuario, allí no hay escalerita, solo se encuentra el aparato hidráulico que
ayuda a los discapacitados a meterse. Cojo carrerilla, calculo donde poner los
brazos y como efectuar el movimiento para emerger de la mejor manera. Toco el
azulejo y cuando voy a tomar impulso, diviso un enorme sorete atrapado en el
artilugio mecánico, entre la sillita y el mástil. Me voy triste conmigo mismo, soy un corrupto,
pero siempre hay uno más grande
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