martes, 5 de marzo de 2013

Para concurso (Revisited)



Esta calentito.
Llevo tiempo viniendo aquí. Si haría un esfuerzo muy grande recordaría el primer día, pero no tengo ganas de pagarle horas extras a mis neuronas.
Es invierno, y no se si existirá una explicación anatómica para esto, pero me parece que una válvula en la vejiga se debe aflojar. Uno no para de sentir ese cosquilleo interno que provoca que visitemos los sanitarios con una frecuencia inaudita.
Vengo aquí, porque me echaron del otro, no por mal comportamiento, sino por la situación actual del país. Decidieron chapar el gimnasio que solo tenía aparatos para unificar a toda su sociedad en el que cuenta con piscina a pocos metros del anterior. Pagamos más, pero muy poco, y echar unas brazadas de vez en cuando se agradece.
Por suerte o por desgracia, como siempre pasan todas las cosas, me vino bien. Me lesioné la espalda y para soportar el dolor del pinzamiento, pero sobre todo, para el sufrimiento de los infinitos y laberínticos turnos médicos que hay que esperar para acceder al verdadero dictamen.
Son dos años los que pasan desde el mal gesto hasta su verdadero diagnóstico: hernia discal L4 / L5 (la L es de lumbar y el número la altura a la que se encuentra). En ese tiempo conocí a un montón de profesionales, unos muy duchos, otros muy “Duce” y algunos que se tendrían que considerar dichosos de que les sigan pagando por su inutilidad.
Así que en nadar encontré un lugar donde puedo caminar sin notar el peso de mi ser, el peso de mi carga, el peso de mi consciencia. Allí soy el más veloz de los usuarios, que de media son sexagenarios.
 Más tarde descubriría que de la misma manera que actúa la moto lo hace la natación, de psicólogo. Ese estado de soledad que no podes aniquilar con auriculares, hace que te replantees mil cosas, y que no se te pase por la sesera la idea para un libro, para ese libro o ese cuento que hace tiempo quieres editar, porque o saldrás corriendo hacia el vestuario en busca de tu móvil para teclear en un “bloc de notas” (cosa que acarrea dos inconvenientes, que tengas los dedos mojados y el teléfono sea táctil, y el riesgo de resbalo y fractura expuesta), o estarás repitiendo la idea hasta terminar el ejercicio para que en la ducha veas el micropene del vecino y se te olvide. O sea que mejor no pensar en esos minutos en un best seller.
Mi padre decía que a él no lo encerremos en el loquero a menos de que empiece una conversación o relato, se vaya por las ramas y no sepa volver a la idea principal, esa máxima la robe para mí.
En una de las tantas sesiones de rehabilitación, pre-operatoria y post traumática (porque más tarde me dirían que en ellas me lesionaron más), el fisioterapeuta, un señor robusto de 109 kilos que se apoyaba en mi gemelo con su pecho y llevaba mi rodilla hasta el mentón petándome por completo el disco, me dijo que la columna era un porcentaje altísimo de agua y vitamina C, para eso me recomendó ejercicios matinales (que pocas veces hice), 2 litros de agua al día y Redoxón o cualquier complejo vitamínico donde predomine la C.
La suma de los factores altera el sistema. Al menos el mío. El frío y esa cantidad de líquido elemento hacen que mis estadísticas se incrementen de manera brutal en la productividad de mis riñones.
Son las 3 de tarde de un viernes gris. La piscina tiene un carril por barba o viceversa. Somos 4. Me estoy meando.
Nunca de mi periodo consciente he orinado en un recinto acuoso de pública utilización y cerrado. Con esto quiero decir que a veces, muy pocas, lo he hecho en el mar o río.
Recuerdo la semana que nació mi hermana fue un desmadre, con la gente yendo y viniendo a la maternidad yo campaba a mis anchas disfrutando de los últimos días de miembro prioritario de la familia, al festín estaban invitados mis dos grandes amigos de la infancia Pachi y Ramiro. Esparcimos todos los juguetes por toda la gran superficie de la casa, cambiábamos de temas y argumentos como uno ahora pasa videos en Youtube, pasábamos de He-Man a los autitos de ahí a los Tentes previo pit-stop por la chocolatada, subimos a la terraza y nos metimos en la pileta sin la ropa adecuada, salpicamos todo, saltamos todo el tiempo burlándonos de la prohibición existente en esa materia. Y meamos, o eso fue lo que les dije porque creo que no me anime. Desde entonces que soy riguroso.
Como forzar algo que no sale natural?. Voy y vuelvo casi sin respirar entre brazadas, y el pinchazo a la altura del vientre aumenta, no puedo aguantar esta tortura. Que hago? Salgo? Si me enfrío puede darme uno de esos espasmos que generan temblores, y ellos repercuten en mi reciente intervención quirúrgica. Meo?
Voy  hasta una punta, la más oscura, pero no hay huevos. Recorro otra vez el largo, en sentido opuesto, a ver si cerca de los tubos que emanan el agua (en este caso, caliente) mi esfínter uretral me da rienda suelta. Pero mi cabeza es más potente, recuerda leyendas sobre colorantes para este tipo de acciones que deschavan al ejecutor. Yo no quiero que me señalen con el dedo y me tenga que mudar de barrio en busca de otro gimnasio municipal tan económico, pero me hago pis.
Me vienen imágenes de los días de “padres y bebes” que organizan en este establecimiento, y de lo turbia que esta el agua, del asco que me da pensar que los niños no saben utilizar el freno, de que ninguno de los que esta dentro del cuadrilátero pasa revisión médica, que los padres igual vienen de follar como energúmenos, y para ser “ecológicos” y no malgastar la ni corriente eléctrica ni los metros cúbicos indicados en la factura de AGBAR, vienen todo sudados, llenos de segregaciones y fluidos corporales a asearse, no les importa que una formadora se les acerque para que corregir la postura de las manos en la nuca del primogénito, ellos ahorran y se limpian en esta agua.
Por qué yo no? Apretó con ganas, con revancha, con rabia y aun así ni gota.
Cuando me relajo, ya van 20 idas y 19 vueltas de 25 metros cada una. Ya estoy entregado, romperé todas mis convicciones y honores, mearé, ya lo tengo amasado, en la punta, solo hace falta el disparo de salida.
Termina siendo en la zona oscura, alejada del socorrista, donde el ocre menos se distinga, pero quizás me pillen por el calor. Sin parar de excretar hago un poco de crol, llego a la parte más cálida, miro hacia abajo no se sospecha nada, nadie me mira, respiro profundamente y no se percibe ese aroma tan varonil. Mi miembro no deja de expulsar, empiezo a asustarme,  voy caminando, practicando un poco de torsión espinal hasta el medio, me hago el disimulado y el chicato apuntando mi vista hacia el reloj de pared que marca las 3 y cuarto. Debajo palpo con los pies una rejilla bastante grande, es un buen lugar para hacer unos estiramientos mientras acabo el acto. Será justo aquí abajo donde se encuentren las colecciones más variopintas de vellos púbicos y cabellos del barrio? Quien y que día harán el mantenimiento? Lo comentaran a la hora del café?
El tema es que parece viernes a la madrugada cuando sales de copas por el Raval y te arrimas a un árbol para mear, divisas las luces azules girando de los “malos” y tu churra no te obedece, está tan borracha como tu, y no quiere que la presionen.¡Dejarme vomitar en paz!- debe decir.
La aguja larga se posa sobre el 5. Puedo hacer un manual con todas las elongaciones que hice. Creo que esta parando. Me podré ir. Ya no quiero hacer espalda, no quiero volver a sumergir la cabeza.
Le apunto al ángulo más cercano a la puerta del vestuario, allí no hay escalerita, solo se encuentra el aparato hidráulico que ayuda a los discapacitados a meterse. Cojo carrerilla, calculo donde poner los brazos y como efectuar el movimiento para emerger de la mejor manera. Toco el azulejo y cuando voy a tomar impulso, diviso un enorme sorete atrapado en el artilugio mecánico, entre la sillita y el mástil.  Me voy triste conmigo mismo, soy un corrupto, pero siempre hay uno más grande

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