lunes, 18 de marzo de 2013

Crónica



No lo sabía pero su equipo iba a perder.
Se levantó como cada lunes, con todo el peso de su ser sobre su pecho y sin fuerzas en los brazos para sacarse el edredón de encima. Ama su refugio y más, los lunes por la mañana.
Ayer a la noche terminó una temporada más de una de las miles de series que sigue. Le restaban 3 capítulos que acabaría mientras cenaba,  pero un partido del Barça le recorto parte del tiempo planificada para ella.. Era la una y veinticinco, el ratón le mostraba que durante veinte minutos más el reproductor iba a seguir y sus ojos se negaban a cerrarse. Tremè no es muy divertida, pero si actual.
Exprimía naranjas mientras observaba tonterías en Twitter, no es algo muy recomendado, al menos no a la vez.
Tenía que volver a entrar al mohoso baño a por el toque final, perfume, pensaba mientras echaba agua a la pulpa de su vaso y repasaba el cristal de su móvil con una servilleta.
Una vez fuera maldijo el soleado día que se amplificaba a cada paso, durante las 60 horas de su fin de semana solo vio al sol en películas, ahora lo vería desde la ventana de la oficina, 9 horas seguidas.
Al aparcar en su plaza habitual no recordaba el camino escogido, solo lo que pensaba, su cabeza no estaba allí, estaba a varios miles de kilómetros de esa puerta que lo separaba de la libertad.
Sesenta minutos después de ponerse al día en lo laboral, pero sobre todo, en las imágenes que repetían incansablemente, una y otra vez, sus compañeros sobre las hazañas del astro del club local, estaba en el café, con su bocata en la mano y para más INRI, con el periódico deportivo.
Todo lo que ocurría en su entorno era insustancial, no tenía intensidad, como si él fuera tangible y lo demás etéreo. No era la primera vez que le pasaba, en su juventud creía que solo él existía, como si la obra estuviera compuesta de su personaje y el resto, simples marionetas.
Esta sensación de hoy le acompañaba cada vez que su equipo jugaba en lunes, cada vez que le dejaba huérfano de emociones el domingo.
Justamente ayer hablaba con su padre y tocaban, de entre muchos otros temas, éste, el presente deportivo de la institución que amaban. Central llevaba 12 partidos consecutivos ganando en la liga, hablaban de gran racha, pero su papá no conforme con esta palabra, buscó en el diccionario su significado:
racha1.
(Quizá del ár. ǧǧa, sacudida, agitación, tormenta).
1. f. Mar. Ráfaga de aire.
2. f. En cualquier actividad, período breve de fortuna o desgracia.
Iracundo el hombre le espetaba sobre su desacuerdo, ya no es breve algo que se estira de este modo, ya se tenía que hablar de continuidad de forma, de gran momento, de algo histórico, de una epopeya.
Recordaba cada rama de su charla, y también las fotos de las vacaciones de sus amigos por Brasil  que había pispiado por Facebook, cuantas vidas quería vivir y solo estaba dentro de una.
La mañana terminó tranquila, acudiría al comedor como religiosamente lo hacía cada día, batiría el Tupper, señalaría el par de minutos de cocción deseada y sacaría de la nevera su yogurt favorito, natural azucarado. La mesa la componían personajes de lo más variopinto, algunos eran muy distantes entre si dentro de la empresa y otros lo eran de igual medida con sus ideologías, más que un momento agradable, era una incomoda situación donde los más normales competían en una carrera a destajo para llegar a la pica antes y salir lo más pronto posible de ese infierno de noticias mal argumentadas, de falsas pasiones y egos demasiados subidos.
Cuarenta minutos de aire libre, en el caso de hoy, de sol, algo menos de lo que tienen los presos regulares. Por suerte, hacia poco que un Fnac se erguía en el centro comercial que lamia las inmediaciones de su reducto laboral. Tenía ganas de encontrar un libro, “Luther, el origen”, un blog con el que comparte opinión se lo había recomendado. Luther es el detective de una serie inglesa que durante una docena de episodios lo entretuvo con su violencia y su particular forma de ver las cosas, en consecuencia, de actuar.
No lo encontró. En realidad si, pero en una edición muy reciente de tapa dura que rondaba los 20 euros, una fortuna para su “mente de bolsillo”.
Puso una moneda en la maquina y el espumoso cortado salio aullando su humo. La crisis volvió las tardes en “un corredor de la muerte”, el hecho de que lo vean a uno sin hacer nada o enganchado a Internet, eran razón más que suficiente para mostrarles el portal y la oficina más cercana donde tramitar el subsidio por desempleo. Pero él se había cansado de falsear sus minutos, y sobre un papel plasmaba los bocetos de una poesía un tanto desgarradora, incomprensible y por momentos, sin sentido. Su influencia más marcada era la de Morrison, que a su vez se inspiraba en Artaud, que compartía imágenes con Blake y congeniaban con Whitman. Una muestra de lo que escribió esa tarde es:

El cencerro colgaba del interior de su sien,
La baba hacía lo propio su cajeta,
Ya no espinaba sus sueños con maquetas,
Jugaba a ser otro pero quien,
Todo lo anterior bailaba olvidado, aliviado, alineado.
Su estrella, estallaba más próxima,
Su esencia volvía a la nada, aire, sujeta, veleta,
Podría esta paleta iridizar lo acumulable
Roja su materia se despedía rauda y caudalosa
Firme, tiesa y lila su mano, señalaba el momento,
Hay un firmamento para el firmamento,
En busca de ese temor su barco partía.

Estuvo hasta las cinco dándole vueltas a las palabras para conectarlas, para su suerte ningún supervisor pasó por ahí, su futuro seguiría ligado a su escritorio al menos un día más.
Despedida fugaz, los mates, ese inconmensurable nexo con su pasado, estaban a la vuelta de la esquina para saciarlo, para acunarlo, para hacerle sentir que todo estaba bien, que estaba en casa y nada malo podía pasar.
Tibia la pava se arrodillaba en el negro cristal que la llenaba de hervor, un par de traviesas palmeritas ya se deshacían en su boca.
Lo que quedaba de la tarde estaba reservado a los quehaceres de la casa, fregar cacharros, preparar la cena y la caramañola para mañana, barrer pelusas, juntar migas, comprar pipas y por último, acomodar el sofá desde donde simularía una grada de su añorada cancha.
A setenta y cinco minutos de partido transcurridos no se explicaba que había pasado, por qué el marcador mostraba tan dolorosa realidad.
Sonó el teléfono 3 minutos más tarde del pitido final, era su amigo con voz inquisidora:
-Ayer hablaste con tu viejo?- dijo sin previo hola.
Sorprendido no dudó en responderle con negativa afirmación.
-Estas seguro?- Bramó esta vez el otro.
Secó sus lágrimas, su equipo iba a estar otro año más en segunda, y se puso a pensar. Ayer que fue? Sábado? no hablé con él.- dijo.
-No tarado! Domingo!- salió el grito del tubo.
-Uhhhh, tenés razón, nos comunicamos a la tarde- tristemente añadió.
-Es tu culpa, sábelo! – y cortó.
Una tarde primaveral del año pasado habían llegado a la conclusión de que cada vez que él y su padre hablaban por teléfono el día antes de un partido, el “canaya” perdía, no fue una simple apreciación, siguieron este caso durante varios fines de semanas, en algunas ocasiones les dolía el hecho de comprobarlo, pero marcaban adrede aquel fatídico número, se contaban un par de gansadas y por arte de magia al otro día, para decepción de muchos y sorpresa de pocos, Rosario Central caía.
No hay que ser cabuleros, pero por si acaso, no tentemos a la suerte.

1 comentario:

  1. Todos quienes te conocen, saben que tú mucha suerte no tienes, es más, la tientas a no aparecer nunca de tu lado, afectando así a quienes te rodeamos. Recuerda, que si tiene que llover encima de tu ser, lloverá, sólo de ti dependerá el mojarte o no.

    (L)

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